Ya no era un amanecer, no era de mañana, sino más bien un despertar tardío. Cuando Bárbara abrió su mente mucho antes que sus ojos, sintió la calidez de un cuerpo pegado a ella y la comodidad de tener aquellos brazos rodeando su cintura la hizo sonreír de inmediato, no había sido un sueño, no era como todas sus mañanas y no fue hasta ese momento que recordó donde estaba, incluso sabiendo quien estaba a su lado tuvo miedo de abrir sus ojos y que fuese su cabeza, que su locura hubiese alcanzado el límite, peor aún, que lo hubiese sobrepasado, entonces resonó fuerte en su interior una palabra que pudo no haber oído, que pudo haber inventado en su desesperación y una vez más volvió a repetirse internamente, como si los susurros fuesen para ser oídos. Siempre lo son.