Segunda Piel 10

La fuerza con la que la puerta se cerró tras su robusto cuerpo hizo que el alma de Bárbara se estremeciera al sonido - ¡Vete! – grito una vez más pero ahora suplicaba, el hombre daba vueltas al lugar mirándolo con propiedad, como si de un modo todo lo que miraba le perteneciera y estuviese a punto de reclamarlo. Detuvo su vista en Bárbara y sus labios sonrieron a media cara, su cuerpo entero se burlaba de la incomodidad de la joven y la fuerza de sentirse superior lo hizo recordar lo que hacía años no sentía. Rodeo el sillón donde se había puesto de pie Bárbara y limpiándolo se sentó sin siquiera ser invitado.

 - ¿Cómo nos encontraste? – fue lo primero que pregunto. Bárbara lo miró sin comprender

- Yo no soy la misma niña que antes, vete de una vez y no regreses

- Chimpa, entiende algo, tú a mí no me mandas

- Y tú a mí tampoco, no eres mi dueño

- ¿Qué quieres de todo esto? Me imagino que si buscaste a mi hija es por algo, ¿quieres dinero?

- Qué te hace pensar que yo soy capaz de contarle la desgracia que tiene por padre, aquello tendrás que hacerlo tú.

- Diez millones – dijo el hombre obviando las palabras de Bárbara, como si de pronto conversara solo con si mismo

- ¿Acaso no entiendes? ¡Lo único que quiero es que te vayas! ¡No quiero nada de ti!

- Pero de mi hija si… ¿Tu de verdad crees que yo dejare que mi hija este contigo?

- Lo que ella haga con su vida no es tu problema – contesto Bárbara olvidando por un momento las últimas palabras de Julieta.

- ¡No! – Grito el hombre poniéndose de pie – te diré esto solo una vez, desaparece de la vida de mi hija o perderás todo por lo que has luchado.

- Ya no tengo nada que perder – dijo Bárbara engrandeciéndose por dentro – Vienes a gritarme aquí a mi casa, cuando no eres más que un viejo decrépito que solía abusar de una vulgar prostituta hasta dejarla envuelta en heridas y sangre, aquello no lo hace un hombre lo hace un cobarde – grito a su altura – y cuando ya no pudiste con ella quisiste hacerlo conmigo, que te parece que ya no soy la mocosa a la que solías mirar con lujuria…

- ¿Qué pretendes infeliz? – preguntó interrumpiendo el hombre

- Yo no soy quien tiene que perder, tu vienes aquí amenazante cuando puedes perder lo único bueno que tienes en la vida. Tu hija

-  ¿Me estas amenazando?

- No, te estoy pidiendo que te vayas y que no regreses

- No te tengo miedo. Chimpa – dijo con desprecio

- Bárbara. – corrigió ella de inmediato

- ¿Quién te crees? Hablándome de ese modo, viviendo en esta caja de cartón, estudiando, creyendo que puedes ser amada. No eres nadie, sigues siendo la misma infeliz que fueron a botar al peor de los basureros. Julieta no siente nada por ti, eres solo un pasatiempo

- Vete. – dijo Bárbara sintiéndose la mujer más fuerte del mundo

- Mientras yo viva, jamás vas a estar con ella

- Vete – reitero con total tranquilidad Bárbara, cerrando sus oídos para no oír sus venenosas palabras y abriendo la puerta de su hogar

- ¡huacha! – grito el hombre frente a su cara mientras caminaba a la salida y el golpe que dejo Bárbara a puño cerrado en su rostro lo hizo salir literalmente de golpe del lugar.

Por primera vez en su vida Bárbara sintió tranquilidad, más allá de aquel golpe en donde dejo toda su rabia, las palabras con las que le hablo la hicieron sentirse diferente, por un instante incluso sonrió. Un cumulo de emociones nuevas llegaron a ella y de pronto todo se volvió gris nuevamente, las palabras de Julieta resonaron en su memoria, aunque cada vez que lo hacia la volvía a perdonar, aquel hombre siempre sería parte de ella, de su amor y nada cambiaría eso. Julieta se había vuelto su imposible en el momento en que su amor creció, en cuanto quiso decir la verdad y su peor pesadilla se impuso ante la dos como la más grande de las fuerzas, separándolas. Bárbara dio una larga vuelta a su hogar, miro por las pequeñas ventanas en lo alto de su pared y recordó cuando el mirar por ellas la hacía sentir feliz; cerró sus ojos y espero que mágicamente al abrirlos volviese a sentir lo mismo. Bárbara tuvo que volver a cerrar sus ojos.


Capítulo 10: CANCIÓN DE AMOR


Dos semanas quedaban para que terminara el año escolar y Julieta repasaba en su cabeza una y otra vez como iban a ser esas dos semanas evitando aquellos negros ojos, evitando oír su melódica voz o si repentinamente de pronto reía en clases y su risa se le clavara en el alma, pero no solo eso pasaba en su mente, rara vez dentro de sus pensamientos se le cruzaba como un fantasma la posibilidad de pedir perdón e intentar que todo volviese a ser como antes, como siempre, pero aquel pensamiento se esfumaba tan rápido como llegaba, había mucho más en aquella discusión que sus horribles palabras, la forma en que Bárbara la había mirado, por ejemplo. Julieta repaso tantas veces esa mirada en su cabeza y todas las veces le dolía el alma, ella misma no era capaz de perdonarse, porque lo iba a hacer Bárbara. Y siempre estaba la posibilidad de que su padre tuviese razón – pero por qué me dijo todo eso – dijo en voz alta recordando todo lo que Bárbara le había contado, intentando descifrar sola lo imposible.

La mañana entera para Julieta paso entre llanto, pensamientos y dolor, mucho dolor, la necesidad de salir a buscar a Bárbara la sentía incluso en la piel, pero aquello no era una posibilidad, incluso cuando debiese atarse a la cama para no hacerlo y eso tampoco era una posibilidad.

- No sé – respondió Julieta ante la pregunta que no había oído de Francisca

- Jul, me llamas desesperada que venga, que necesitas un hombro y contención. Llego y ni siquiera me prestas atención

- ¿Qué me preguntaste?

- Da lo mismo ¿Me vas a contar que paso?

- No sé por dónde empezar

- Por el principio, algo muy heavy debió pasar para que Bárbara no fuese a trabajar – dijo Francisca llamando por completo la atención de Julieta

- ¿Cómo sabes que no fue a trabajar?

- Marcelo tuvo que ir a cubrir su turno – respondió su amiga. El nudo en su garganta una vez más se hizo presente y sin darse el tiempo para llorar comenzó a hablar. Francisca escucho atenta sus palabras, incrédula, abismada en lo que oía sin encontrar una explicación, quería creer en las coincidencias y que Bárbara había llegado a su vida por una de ellas, pero mientras más continuaba hablando más unía nudos imaginarios de lo que conocía y lo que oía. Si Bárbara había conocido a Julieta cuando eran unas niñas. Si Bárbara conocía a su padre. Si Bárbara buscaba algún tipo de venganza por el pasado. Todo resonaba en su cabeza por las historias que alguna vez oyó siendo niña, después de todo fueron tantas las veces que oyó decir que el padre de Julieta tenia amantes, que golpeaba a su madre y un sinfín de cosas que jamás había dicho, mucho menos a Julieta, aquellas eran de esas cosas que se vuelven un tabú y decirlas a su mejor amiga no era una opción. – ¡¿Le dijiste eso?!

- Es que no sé qué pensar Fran, no sé si me arrepiento o no de haberlo dicho, pero y si papá tiene razón, si ella busca algo de mí, después de todo hay tanto que no se y encima ella me sale con esa historia de que me conocía cuando niña

- Y por qué no hablas con él

- ¿Con mi papá?

- Sí. Pregúntale si la conocía de antes, no creo que ella te lo iba a decir por hacerte un daño, quizás si se conocían

- No es fácil llegar a mi papá Fran

- Para los mortales no, para ti sí. Pregúntale, habla con él.

- Y qué le digo ¿Papá te suena el apodo Chimpa? ¿Papá conocías a la mujer que amo? ¿Papá por qué me llevaste a ese lugar siendo una niña?

- No son malas preguntas – afirmo Francisca reconociendo la ironía en la voz de Julieta, pero Julieta no era irónica, ella tenía miedo de que su respuesta fuese un “sí” y tener que oír la razón de ese “sí”, ninguna de las hipótesis en su cabeza le daba consuelo alguno, sino que la hacía sentir peor.

- ¿Por qué todo se volvió gris tan rápido?

- Porque la vida es injusta. No creo que Bárbara te hubiese buscado – dijo dejando salir lo que pensaba – después de todo fuiste tú quien la buscó, tú quien la persiguió hasta conseguir algo de ella, ella ni siquiera quería hablar. Lo hemos hablado con Marcelo muchas veces, la forma en que la cambiaste, paso de ser la persona más apática del mundo a sonreír solo porque le pedían un café. No sé Jul, pero a mí me parece que hay más en todo esto y no es culpa de ella.

- Y quien tiene la culpa, ¿Yo? – Francisca la miró de forma conciliadora y sin que se lo pidiera, la abrazo. Julieta se perdió en su abrazo, se sentía tan perdida, tan complicada dentro de una historia que sentía no le pertenecía, que era ajena a ella, tanto que las lágrimas que se escaparon queriendo de sus ojos se absorbieron en el pecho de Francisca, empapándolo por tantos minutos que Julieta consideró la idea de escapar del mundo por un instante, después de todo aquella sería la opción más fácil, pero nunca una opción del todo.

El fin de semana paso tan denso y tortuoso que ninguna de las dos dejo su cuarto, cual nado sincronizado cada una a su extremo de la ciudad se levantaron de sus camas, abrieron la llave y bebieron agua sin siquiera tener un vaso en la mano. Julieta miró el sofá de su departamento y la imagen de Bárbara desnuda apoyándose en él se le vino a la memoria, tanto que por un momento pensó que estaba ahí, provocándole una sonrisa en sus labios y una punzada en su pecho. El agua en su rostro quito el recuerdo y la alucinación, mientras Bárbara cerraba sus ojos intentando verla, oírla, sentirla, no quería que el agua se la llevara, quería retenerla en su memoria para siempre y al igual que las agujas de los relojes se mueven al mismo tiempo, ambas volvieron a la cama que las seguía cobijando, esperando aquel momento en que se cruzarían, repasando en sus cabezas como iba a ser el momento, una y otra vez, sin descansar hasta que el sol se asomó por sus ventanas y ya no había tiempo para pensar.

El agua helada por la mañana siempre le daba un respiro a Bárbara, como si bajo ella se renovara, del mismo modo en que lo hacia la lluvia, pero ni siquiera el agua le había quitado las ganas de no asistir a clases aquel día, todas las señales a su alrededor fueron interpretadas de manera negativa, definitivamente aquel día hubiese preferible faltar, pero la necesidad de verla aunque doliese era mucho más fuerte que no verla del todo. Sin querer se puso la polera preferida de Julieta, la larga chaqueta que le acompañaba, sus converse de cuero y los shorts que no hacía mucho había creado de unos viejos jeans. Su pelo caía suelto tras su cuello como hacía tanto no lo hacía, su cara lavada se ocultó tras unos oscuros lentes de sol retro y el camino a la universidad lo acompaño con la música de siempre, la angustia de las letras y el lento ritmo se acoplo a sus pasos, como si un peso anexo se agregara a sus piernas. Bárbara no quería llegar y sin embargo llegó, camino por los pasillos sin quitar las gafas de sus ojos, sintiendo su corazón latir cada vez más fuerte, como si fuese un radar y estuviese cada vez más cerca de lo que tanto perseguía en un “bit… bit… bit…” que rápidamente se transformó en un “BITBITBITBITBIT” sin pausa alguna y su alma que hacia una melodía completamente distinta, de pronto la vio de pie frente al aula que mantenía sus puertas cerradas. No hubo música de fondo, ni cantaron los pajaritos como en los cuentos de princesas, pero la mirada que Julieta le dio en ese instante la congelo por completo; quiso retroceder, correr como si escapara del más feroz cazador, porque sabía el daño que podía causar, después de todo llevaba la flecha incrustada en el alma.

- ¡Bárbara! – dijo en voz alta su profesora mientras tomaba su brazo, sacándola de su estado inerte.

- Dígame profesora – respondió Bárbara desviando su mirada por un instante, más cuando volvió a mirar a la puerta Julieta ya no estaba y se preguntó si aquello se trataba de una ilusión.

- Sígueme a mi oficina, necesito hablar contigo – Bárbara la siguió.

Las palabras de la profesora hicieron eco en Bárbara, de tal manera, con tanta intensidad, que todo su cuerpo quería decir “sí”, era la segunda oportunidad que jamás tendría en su vida, la opción que buscaba para escapar sin llevarse su vida mientras lo hacía, sin embargo no fue capaz de decir que si, solo un “¿puedo pensarlo?” salió de sus labios, no iba a tomar una decisión así a la ligera, no lo había hecho antes, mucho menos ahora, no importaba cuanto estuviese la vida en su contra, había una mínima posibilidad de arrepentirse, de que ella la hiciera arrepentirse y eso era mucho más importante que una plaza en la ciudad de la moda.

Julieta se sentó a tres filas de su puesto regular, que normalmente estaba al lado de Bárbara, pero la probabilidad de que al sentarse ahí, sus negros ojos le hablaran era tan grande, que prefirió alejarse tanto como pudo y una vez más vio la decepción en los ojos de Bárbara cuando miro el lugar vacío, tanto que ni siquiera la busco con la mirada, volvió a acomodar sus negros lentes sobre los ojos y se sentó frente al profesor, quien no tardo en pedirle que se los quitara, mas Bárbara rápidamente invento una excusa “conjuntivitis” dijo. Aquello justificaba las lágrimas que caían solitarias cuando no podía contenerlas, mientras Julieta la admiraba por completo desde atrás, sin desviar su mirada, no por un segundo, no por un instante.

Nunca una clase le había parecido tan larga como está, Bárbara trazaba en su cuaderno líneas que no la conducían a ninguna parte, hasta que sin previo aviso su lápiz se detuvo, no porque se acabara la tinta, ni porque ya no quisiera garabatear, sino porque pudo sentir como se acercaba a la puerta, miro de reojo tras sus gafas y vio su celular en la mano, se preguntó quién la llamaba, se preguntó si ya había hablado con aquel infame hombre que hacía llamar “Papá” y si él le había dicho la verdad o había inventado una mentira, la segunda opción era la más probable y Bárbara no tenía idea como luchar contra eso, como vencerlo a él. Una vez más vino a su cabeza la necesidad de decir que si y marcharse sin decirle a nadie, sin decirle a ella, después de todo era lo único que tenía y ya no sabía si la tenía o no.

La llamada que Julieta atendió provenía de su padre, de su necesidad de verla lo antes posible, de su excusa barata de su mala salud, después de todo Julieta lo había ignorado todo el fin de semana, ya no podía seguir haciéndolo. Cuando volvió al salón de clases, fue imposible no mirarla, sentir sus negros ojos sobre ella incluso cuando se ocultaban tras unas gafas, pero la frialdad con la que movió su cabeza al frente y evito sus verdes ojos, aquello impacto su alma una vez más. Julieta estaba entre hacer lo que su cabeza decía y lo que su corazón ordenaba a gritos, aun así volvió a su asiento ignorando la necesidad de olvidar que estaba en una sala de clases, llena de compañeros, con un profesor a la cabeza y arrasarla por completo con un beso.

La clase termino y Bárbara desapareció corriendo al baño, Julieta le busco con la mirada para forzar una palabra, un hola, un silencio incluso entre ambas, cualquier cosa hubiese sido un todo si se trataba de ella, pero Bárbara ya no estaba.

El agua del baño limpiaba su cara, Bárbara busco en su reflejo la fuerza que sentía estaba perdiendo, el lugar no estaba solo y pudo oír el agua correr en uno de los baños, ignorándola se descargó a llorar como últimamente se había vuelto costumbre – en que momento te deje entrar – dijo en voz alta empapando su rostro una vez más en el agua que corría de la llave, en un trozo de papel secó sus ojos y todo lo que los rodeaba; mientras la muchacha que estaba dentro del baño salía y la miraba con rareza, sintió la necesidad de volverse invisible, no solo para ella, sino para todo el mundo, aquello se mantuvo en su cabeza hasta que salió del baño y eso se volvió, invisible.

- Papá necesito que me digas la verdad – dijo Julieta antes de siquiera ordenar el almuerzo, tenía una hora y media antes de volver a clases, su padre la había recogido en la universidad y llevado a un lujoso restaurant no muy lejos de ella, luego de diez minutos de rodeos por parte del hombre, Julieta se arriesgó a decir lo que tenía atorado en la garganta.

- Qué fue lo que te dijo – preguntó casi en una orden, sabiendo las probabilidades de que Bárbara hubiese contado absolutamente todo

- No importa lo que me dijo, me importa lo que tú me digas, ¿La conocías de antes?

- Sí – afirmó sin hesitar

- Entonces ella no me mintió

- ¿Hija qué fue lo que te dijo?

- Papá tu tenías algo con la mujer que la cuidaba ¿cierto? – preguntó Julieta sin mirar a sus ojos

- Julieta cómo te atreves a preguntar eso

- Papá yo soy tonta, tu discutías mucho con mamá, salías hasta tarde, habían días que no llegabas

- Eso no tiene nada que ver con esto, si yo no quiero que estés con esa… mujer, es porque se la clase de persona que es

- ¿Y qué clase es esa? – pregunto Julieta con rabia sin alzar su voz

- La que es capaz de pedirme dinero para dejarte ir

- No. – dijo Julieta incapaz de creer sus palabras

- Hija, yo sé que es difícil, pero veinte millones me pidió, no se para que querrá tan poco plata, pero eso hizo

- Papá deja de mentir por favor, me haces daño

- Hija…

- ¡No! Si eres capaz de inventar esto ¿De qué más eres capaz papá? – pregunto Julieta a punto de llorar, era mucho más fácil creer que su papá mentía, que aceptar que Bárbara era capaz de aquello y mientras negaba con su cabeza, el hombre de blanco cabello frente a ella miraba incrédulo como su hija reconocía su mentira.

- Julieta, yo conocía a esa gente porque los ayudaba económicamente, si tuve una historia con la mujer que la cuidaba, mucho antes de conocer a tu madre y de ser quien hoy soy, en cuanto estuvo a mi alcance la comencé a ayudar, ella no era la única niña que vivía ahí, yo siempre la atendí bien, al igual que a esa mujer, les di ropa y comida. Julieta por eso ella está acá, por eso te busco, para llegar a mí, para seguir pidiéndome dinero, te estoy diciendo la verdad

- Pero hay solo un error papá. Ella nunca me busco, fui yo quien lo hizo. – dijo Julieta poniéndose de pie para dejar a su progenitor solo en la mesa de un restaurante, justo al momento de ser servido el almuerzo.

La acción cuerda a realizar para Julieta hubiese sido buscarla, rogarle que le contara toda la verdad que su padre jamás iba a contar, pudo ver en sus ojos la mentira y todo lo que ocultaba tras ella, pero a pesar de todos los hechos en sus manos, Julieta no la buscó, si la mentira dolía, la verdad podía hacer una herida física. Y mientras caminaba por calles sin rumbo alguno las palabras de Bárbara se hicieron presentes, “Siempre voy a preferir causarte daño con una mentira”, fue en ese momento en que quiso saber toda la verdad, sin importar cuanto doliera, necesitaba oír de sus labios lo que intuía desde el momento en que su relación se volvió una montaña rusa de pesadillas, sin embargo no corrió a buscarla, una vez más siguió con su rumbo desmedido e irónicamente sin destino.

~O~

La luz de la luna entro por su ventana y se preguntó cuánto había dormido en el sofá o en qué momento se durmió del todo, pero aquellas eran preguntas que no tenían mayor importancia. Bárbara había superado los peores horrores de la vida, lo peor que puede vivir una niña o una adolescente cuando fue el caso, pero de los horrores del corazón no tenía la mínima idea de cómo sobrevivir y aquello la llevó a recordar quien era ella antes de darle paso al amor y al dolor al mismo tiempo; llevo una de sus manos a su cabeza y sacudió su cabello, una sonrisa a la mitad invadió su cara y supo que había valido la pena, por mucho que en una milésima de segundo se hubiese arrepentido, todo valía la pena, el dolor, la rabia, el malestar físico que le causaba, cuando por un infinito tiempo en su vida conoció la alegría, la risa, la felicidad, la necesidad de amar, Bárbara amo sin lugar a dudas y ese amor le duraría toda la vida, era eso lo que la llevaba a perderse entre sus piernas, a enloquecer sin perder la cordura; si el amor le duraría toda a vida, también lo iba a hacer el dolor.

El reloj en su pared marcaba las 3 de la madrugada, pensó en que aquella era la hora en que la melancolía se apodera de los románticos, era la primera vez en su vida en que se consideraba una romántica y melancólica al mismo nivel, antes no tenía idea lo que era el romance, y en su noche despegada de pensamientos y recuerdos la vio de pie frente a su cama, con sus enormes ojos verdes que la incitaban a amar, con su perfecta piel desnuda que la hacía desbordar en la locura. La imagen frente a ella sonrió y su alma se estremeció como siempre lo hacía, “¿Se puede amar tanto?”, se preguntó, mas ni ella misma supo darse respuesta. La noche estaba fría y su cuerpo tibio, se acercó a la ilusión y al sentirla entre sus brazos dudo por un segundo, “¿acaso fue todo una ilusión?”, “probablemente” le susurró al oído, a la visión, al aire que atrapaba entre sus brazos. Bárbara cayó en la cama, entre sus brazos imaginarios que la rodeaban y así intento dormir, entre movimientos de su cuerpo causados por el frío o la fiebre que la estaba haciendo alucinar, su cuerpo ardía y el frío le empezaba a doler en los huesos, la soledad era su única compañía y se dio cuenta de aquello, su espalda estaba mojada en transpiración y nadie la acompañaba, no era la primera vez que se reponía de una fiebre y esta vez n siquiera sabía su causa, “Debo estar enloqueciendo”, dijo en voz alta y sus dientes resonaron por el frío que sentía, “soy como el niño que enloqueció de amor” dijo sonriendo con ironía, hablándole a la nada y con el mínimo de esfuerzo se metió a su ducha, el agua fría cayó por su cuerpo hasta que bajo su temperatura, incluso después de eso se mantuvo ahí, aquello se había vuelto costumbre desde que entro en su vida. “Julieta” dijo en voz alta bajo el agua, “¡Julietaaaa!” grito con desesperación y al otro extremo de la ciudad la dueña de su amor pudo haber jurado oír su nombre llamar.

“¡Paah! ¡Paah! ¡Paah!” sonó el golpe en su puerta por quinta vez y fue aquella cadena de sonidos lo que la hizo despertar, abrió sus ojos de par en par y el miedo de descubrir quien estaba tras su puerta la tomó por sorpresa, tanto que hizo algo que no acostumbraba, grito…

- ¡¿Quién es?! – preguntó muy cerca de su puerta

- Yo – se escuchó tímidamente del otro lado y no atino a nada por cinco segundos. - ¿Bárbara? – se oyó claramente. Tomó su cabello con la liga que estaba en su muñeca y abrió la puerta, Julieta quiso lanzarse a sus brazos en cuanto vio su cara, pero se contuvo una vez más, aquello se le había vuelto costumbre.

- Hola – dijo Bárbara dejando su puerta abierta en invitación a su entrada mientras iba por un vaso de agua

- Hola – respondió Julieta con tristeza en su voz, quería decir más, pero no tenía idea que decir

- ¿Qué haces aquí? – preguntó Bárbara con dureza

- No lo sé – dijo sentándose frente a ella – anoche salí a caminar sin destino y de pronto me vi frente a tu puerta – respondió bajando su mirada cuando se sintió intimidada

- ¿¡Caminaste toda la noche sola!? – preguntó con sus enormes ojos negros

- No. Sí. – Julieta no quería contar que estaba desde las seis de la mañana sentada en la vereda en frente a su casa, esperando el momento para golpear su puerta

Bárbara suspiro intentando entender, pero aquello no iba a ayudarla, bajo su cabeza y se resignó a su presencia – Julieta… - dijo a media voz – no puedo seguir con esto

- ¿Con qué? – preguntó asustada

- ¿Qué haces aquí? – preguntó esquivando una respuesta a algo que podía arrepentirse

- Necesito tu verdad, por favor – dijo Julieta sin querer mirarla

- ¿Hablaste con tu padre?

- Sí y sé que hay algo más en todo esto

- ¿Te dijo la verdad?

- No sé cuál es la verdad Bárbara. Él me dijo… me dijo… - intento decir las palabras pero no salían

- Qué fue lo que te dijo – insistió Bárbara con calma

- Que él había tenido una historia con la mujer que te cuidaba, que los ayudaba con dinero, incluso a ti y que tú vienes a pedirle dinero a él ahora. Básicamente dijo que te habías acercado a mí para llegar a él – Bárbara la oyó atenta, se esperaba aquello y Julieta lo leyó en su rostro.

- ¿Le crees? – preguntó Bárbara sin mirar su rostro, después de lo último que Julieta le grito no le hubiese asombrado un sí de respuesta

- Bárbara mírame – dijo Julieta acercándose a ella, tanto que dé pie frente a su cuerpo movió su rostro forzándola a mirar el propio, pero Bárbara cerro sus ojos y se alejó.

- No. No puedes venir aquí a pedir una verdad, a exigir algo que ni siquiera te mereces, no cuando me hablaste así, cuando me ignoraste de esa forma en la universidad. No puedes causarme daño y esperar a que sea amable contigo, quédate con la verdad de tu papá Julieta – dijo en contra de lo que quería.

- No le creo a mi papá Bárbara,  sé que dije cosas que no debí decir y que actué en contra de lo que quería, créeme, me arrepentiré siempre por eso. Te pido perdón sabiendo que no borrara lo que dije, pero por favor no seas esa persona, no me trates así.

El deseo de Bárbara de olvidar todo, abrasarla, besarla, pedirle perdón y jurarle que no le guardaba rencor, que ni siquiera había algo que perdonar; aquel deseo era tan enorme que Bárbara lloró solo por la frustración de no poder hacerlo “De que sirve” pensó mientras limpiaba las lágrimas que no quería mostrar, “siempre va a estar su padre, siempre va a necesitar mi verdad”, se auto convenció en su cabeza. Bárbara tenía claro que nada podía ser olvidado. – No te voy a tratar así – dijo mirándola a los ojos sin alzar su voz, sin desestabilizarse.

- Te extraño – dijo Julieta obviando toda respuesta propia a la previa conversación, ni siquiera lo pensó, solo dijo en voz alta lo que su corazón decía a gritos. Bárbara se mantuvo en silencio, lejos de ella ignorando lo que oía a gritos en su cabeza - ¿me oíste? – Pregunto firme Julieta - ¡Te extraño por la mierda! – grito Julieta acercando su cuerpo de golpe a ella vacilando al momento en que tuvo firme su cabeza entre sus manos, en que su cuerpo se ubicó paralelo al de la mujer que amaba, por un segundo dudo y la respiración de Bárbara se agito, el aliento de cada una lleno de deseos tocaba los labios de la otra, pero ninguna actuaba, estaban ahí de pie contemplándose mientras afuera el mundo se detenía solo por ellas – Te extraño – volvía a decir en un susurro frente a su boca y esta vez fue imposible no oír, fue imposible no actuar, Bárbara se precipitó a su boca y en su humedad se consumió, a cada beso, a cada cambio de labio, las palabras previas se iban borrando, la rabia se iba consumiendo, la danza de sus lenguas hacia arder hasta su escudo blanco y por diez minutos se olvidaron de su presente, no habían secretos, ni verdades que revelar, solo estaban ellas y su beso recorrido con las manos, solo por diez minutos, un instante o tal vez su inmensidad.

- Ju. – dijo Bárbara apoyando su frente en la de Julieta, respirando acelerado sobre su boca intentando hablar, pero fallando en su intento

- Estamos demasiado jodidas – dijo Julieta sonriendo sin moverse de su posición actual

- No te quiero perder – dijo Bárbara y su miedo más grande había sido expuesto. Julieta lo supo de inmediato

- No me vas a perder, nada en este mundo hará que te deje ir, ni siquiera mi padre

- Ju…

- Te lo prometo amor, nada que me digas hará que te deje – Dijo Julieta sin saber lo que estaba prometiendo.

- No prometas algo que no sabes si vas a cumplir – dijo Bárbara y sin esperar una respuesta de su boca  mientras se alejaba de su cuerpo comenzó a hablar, por primera vez no le fue difícil empezar por el principio, sabía exactamente que decir primero y no fue difícil para Julieta oír lo que era obvio, Bárbara comenzó relatando lo que veía de niña, las mil y una veces que tuvo que dejar la casa cuando su padre llegaba a hacer lo obvio, aquello de algún modo no le sorprendía a Julieta, pero pasar de tener un padre infiel a tener un padre maltratador… aquello si había sido difícil de oír, tanto que su cuerpo vacilo por un segundo y tuvo que buscar un lugar para sentarse. Bárbara continuaba hablando, intentando no mirar su rostro mientras lo hacía y sus últimas palabras hacían el alma de Julieta quebrarse, no porque no las creyera, sino porque lo hacía y aquello lo volvía todo claro,  su forma de ser, su forma de actuar, sus pesadillas, todo. Bárbara termino de hablar, de decir su verdad casi en un hilo de voz, Julieta quiso correr hacia ella, abrazarla y pedirle perdón por algo de lo que no era culpable, pero su padre si lo era; no sabía cómo la iba a mirar a los ojos, cómo, cuando la su sangre corría por sus venas.

Julieta sintió asco, rabia, pena, odio y aquel era el sentimiento más fuerte en su alma, ni siquiera su amor lo superaba. Sin mirar a su cara paso por su lado, sin tener las fuerzas suficientes para decir nada, su corazón de pronto se volvió negro, mucho más negro que los ojos de la mujer que tanto amaba. Camino fuera de la casa y no pensó en ella, ni en cómo se estaba sintiendo, o las interrogantes que habían en su cabeza, pensó en que toda su vida había vivido una mentira, respetó a un hombre que no merecía ningún respeto y su madre lo soporto. Julieta sentía que una parte de su vida se había apagado y entonces comprendió el porqué de Bárbara, pero ya era tarde, ella se lo había pedido después de todo.

Julieta titubeo antes de golpear la puerta, busco fuerzas, pero no para enfrentarlo, sino para controlarse mientras lo hacía, para no ponerse a su nivel, para despreciarlo sin perderse en ello, aunque fuese algo imposible. Golpeo la puerta y el hombre de blanco cabello la abrió, basto ver su rostro para saberlo, para leer en él que su hija sabía la verdad y por primera vez en su vida sintió vergüenza, sintió miedo y se arrepintió, tarde sin embargo.

- Sabes por qué estoy aquí, ¿cierto?

- Julieta…

- No. – Dijo con rabia cerrando la puerta a su espalda – no te atrevas a decir mi nombre

- Hija…

- No. Yo deje de ser tu hija el día que intentaste abusar de ella, siento tanto asco de ti en este momento

- Julieta, yo estaba mal, el alcohol me hacía hacer cosas que no quería – dijo cubriendo su rostro en vergüenza

- No. Aquello no fue culpa del alcohol, esa culpa es solo tuya

- Perdóname por favor hija – musito entre lágrimas

- Deja de decirme hija, yo para ti me volví una desconocida, porque yo ni siquiera te reconozco, si pudiese quitar tu sangre de la mía lo haría, pero hay cosas que son imposibles, como perdonarte, por ejemplo – termino de decir sin sentir lastima por él, eso era para otro tipo de personas. El hombre ni siquiera fue capaz de detenerla mientras salía, su vergüenza era enorme, pero no lo era tanto como el odio a la mujer que lo había delatado, ese era tan grande como el que su propia hija sentía por él.

“¿Se puede llorar tanto?”, se preguntó Bárbara mientras limpiaba las molestas lagrimas que no alcanzaba a detener en sus mejillas, que colmaban incluso su cuello lastimando la piel que recorrían, no porque fueran hirviendo o lava, ni tampoco porque fuesen tan fuerte como el corriente del rio, sino porque desbordaban verdad, aquella que había dicho al aire con vergüenza, con lastima por ella misma y lo que tenía que contar, era eso lo que le hacía arder la piel, hasta la capa más baja ardía. Bárbara miró su puerta como quien mira un teléfono, esperando a que suene, con el anhelo vivo por ver su rostro, porque sus ojos verdes que tanto amaba le dijeran que todo iba a estar bien, que sus labios repitieran una vez más “nada en este mundo hará que te deje ir”, ahora necesitaba oírlo, no antes, ahora era cuando su alma lo necesitaba, pero por más que miro a la puerta ésta no fue golpeada, ni azotada, ni se oyó un “abre la puerta” tras ella, no en esa hora, ni la hora siguiente, ni las que siguieron la última.

Bárbara había tomado una decisión mucho antes de hablar con Julieta y sin embargo basto ver sus ojos para que aquella decisión fuese revocada, y ahora se preguntaba qué era lo correcto, un día completo había pasado desde que ella salió de su casa por última vez, sin siquiera mirarla, sin un “vuelvo pronto” o un “hasta luego”, incluso un “adiós” hubiese sido mejor que nada, porque la nada era tan grande que aumentaba el vacío de su alma y Bárbara estaba cansada de aquel vacío.

~O~

- Julieta es verdad lo que me estás diciendo – dijo Andrea con algo más que asombro, susto era lo que sus ojos reflejaban

- No podría mentir con algo así – respondió Julieta mientras limpiaba sus ojos

- Disculpa, es que no puedo creer lo que me dices, ¿Y tu papá, lo negó?

- Ni siquiera fue capaz de decir una excusa, una mentira al menos, creo que una parte de mi pedía a gritos que me dijera que era mentira, que su versión de los hechos era la verdad, que el jamás hubiese sido capaz de algo así

- ¿Y si no se hubiese tratado de ella? ¿Si tu papá hubiese tratado de abusar de alguien más?

- Seguiría siendo una mierda de hombre, pero el tema es que se trata de ella y todo en mi interior me gritaba que algo así le había pasado; sentí lastima tantas veces por ella, por lo tan terrible que la atormentaba y cuando él se vio envuelta en todo esto, de algún modo lo supe, incluso llegue a pensar mucho peor

- Entonces porque creíste sus palabras la primera vez que te mintió

- Porque era más fácil Andrea, creer su mentira era más fácil, hasta que me perdí en los ojos de ella mientras le grite tantas estupideces y después todo se hizo claro.

- Lo siento – dijo Andrea bajando la cabeza

- ¿Y tú porqué lo sientes?

- Porque justo te fuiste a enamorar de ella, por tu papá, por lo injusta que es la vida – respondió Andrea

- Nada de eso es tu culpa… – dijo Julieta – Abrázame – susurró Julieta antes de comenzar a llorar una vez más.

48 horas pasaron antes de que Julieta encontrara el valor para mirarla a la cara, incluso había faltado a sus últimas clases del año solo por no encontrársela, todo por las interrogantes de su cabeza y la vergüenza que sentía de su propia sangre. Cubrió sus ojos con unos oscuros lentes y sin importarle lo que traía puesto salió de su departamento en dirección a su casa, los fuertes rayos de sol se metieron entre sus gafas e hicieron doler su cabeza, los días de encierro habían causado eso en ella, o quizás el llorar tanto lo había hecho; camino hasta la parada de los taxis y se subió con completo nerviosismo en su cuerpo, su mente desvariaba entre lo que quería y lo que podía pasar, definitivamente quería estar con ella, quería dejar todo atrás y empezar de cero, sin pasado que las atara a nada, un futuro sin huellas de algo que ninguna de las dos era culpable y pensar aquello le saco una sonrisa de su rostro.

Bajo del taxi y camino exactamente lo mismo que siempre, pero esta vez iba con más nervio que nunca, esta vez su cuerpo entero tiritaba y se preguntó si realmente era nervio o ansiedad de una vez por todas vivir su amor como correspondía y con una sonrisa en su cara golpeo la puerta tres veces.

Bárbara no esperaba oír aquel sonido en su puerta, 36 horas antes había desistido de mirar a la puerta esperando por ella, es que después de 12 horas inmóvil frente a una puerta hace desistir a cualquiera y no era exageración de su parte, era la suma de todo lo que había pasado, de previas palabras y actitudes, de su partida sin decir nada, de su silencio que gritaba en su alma.

“No está” pensó Julieta después de la segunda ronda de golpes, pero aquello no era cierto, Bárbara estaba detrás de la puerta discutiendo con ella misma y entonces pensó que quien golpeaba no era ella sino otra persona buscando venganza y el miedo se apodero de sus movimientos solo por un segundo, preciso segundo que Julieta grito - ¡Bárbara! – dando un solo golpe en la puerta y sin pensarlo abrió.

Julieta no dijo nada al abrirse la puerta, la vio de pie al lado de ella y como nunca su mano estuvo firme apegada a la puerta, como si le prohibiera la entrada mucho antes de hablar. Bárbara miró sus ojos y los noto más oscuros que de costumbre, se preguntó que si aquella dilatación de pupila significaba atracción, amor, o simplemente miedo. El silencio se apodero de ambas mientras intentaban leerse sin hablar y Julieta supo justo lo que significaba cuando los ojos de la mujer que amaba se aguaron por completo, su cuerpo reacciono de inmediato sin siquiera mandarlo, un segundo tardo en tenerla entre sus brazos, en el umbral de la puerta que tantas veces le había dado entrada al amor y estáticas en aquel abrazo se mantuvieron  hasta que Bárbara susurro en su oído – lo siento.

- Yo lo siento – dijo Julieta aun pegada a su cuerpo

- Pensé que nunca más ibas a volver – dijo Bárbara separándose de ella y entrando a su casa. Julieta la siguió

- Bárbara. – dijo Julieta mientras entró deteniéndose en seco, olvidando todo lo que iba a decir luego de su nombre

- De verdad lo pensé – dijo Bárbara intentando responder lo que Julieta preguntaba con su mirada – no me fue difícil creerlo, es que Julieta con todo lo que ha pasado…

- ¿Te vas? – preguntó Julieta interrumpiéndola cuando comprendió que lo que había sobre la cama eran maletas y ropa

- Julieta… - dijo acercándose a ella y tomando sus manos – ¿crees de verdad que lo nuestro puede funcionar? Sabiendo todo lo que nos rodea

- Por supuesto que lo creo, sino no estaría aquí – respondió Julieta con algo de rabia

- Pero tardaste dos días completos en aceptar eso

- ¿Y que querías? ¡Tenía vergüenza de mirarte a la cara, fue mi padre el que te trajo todas esas pesadillas ¿Por qué tardaste tanto en decirlo?! ¡¿Por qué lidiaste con eso tu sola?! ¡Debiste decirlo en cuanto lo descubriste Bárbara, nos hubiésemos ahorrado palabras de por medio! – gritó Julieta con rabia

- ¿Te ahorre dolor? ¿Te hice algún favor contándotelo? Yo nunca debí tranzar contigo, ese fue mi error, llegué solo a arruinar tu vida perfecta – dijo alejándose de ella

- ¿Cuál vida perfecta? La mentira en la que vivía querrás decir, aquella se desmorono mucho antes de que tu llegaras, solo viniste a abrirme los ojos – confesó Julieta acortando una vez más su distancia. Sin rabia Julieta tomo sus manos y las beso, acaricio su rostro y se perdió como siempre en la profundidad de sus ojos, intento controlar las ganas de tener sus labios pero no había necesidad de control y fue Bárbara quien los acaricio primero, con suavidad, sin ser un beso era mucho más que eso, como si de algún modo estuviesen sellando algo que no había sido dicho, y en la perfección de la humedad de sus bocas Julieta recordó las maletas y como si de un corte de corriente se tratara se separó de ella, con duda en sus ojos la miró y Bárbara sabia de que se trataba.

- Yo pensé que tu no volverías – dijo respondiendo a su mirada – hace un tiempo me ofrecieron una plaza en el extranjero…

- ¿Hace cuánto tiempo?

- Uno o dos meses

- ¿Y en todo este tiempo no me dijiste que te irías? – preguntó con rabia Julieta

- No, porque no me iba a ir, yo dije que no. – Julieta la miro sin entender – hace unos días me dijeron que la oferta seguía en pie, tu no me hablabas, ni siquiera me querías mirar, pero aun así no fui capaz de decir que si, estaba esa posibilidad de que me buscaras y olvidaras que había algo que no te estaba diciendo y entonces te digo toda la verdad y tú te vas. Julieta, todos mis miedos se volvieron realidad al momento en que saliste por esa puerta, y te espere, te prometo que lo hice, mucho antes que eso te espere, pero tú no volviste y sentí que me iba a volver loca mientras tú fantasma se paseaba por esta enorme habitación cada cinco minutos. Yo de verdad lo pensé, que no ibas a volver. – Bárbara continuaba explicándose y Julieta intentaba decir cientos de preguntas y dudas que tenía en la cabeza, “¿Qué pasara con nosotras?” fue la primera.

- ¿En dónde es? – preguntó Julieta y mientras oía la respuesta lo supo, si tal personaje hacia esa invitación era por ella, si después de rechazarla la mantenía era porque ninguna otra persona tenía su potencial. Julieta sabía que no iba a ser un año, ni dos, era su carrera la que comenzaba antes de tiempo y ella era solo un obstáculo para su brillante futuro.

- Voy a ir a hablar con la profesora y le diré que no iré – dijo Bárbara dándole un pequeño beso correspondido. Julieta la miro y sonrió ante su gran sacrificio, “la Bárbara que yo conocí jamás hubiese rechazado una oportunidad así por un amor”, pensó, entonces supo lo grande que era su amor, el de ella no podía ser menos y antes de hablar sus ojos se aguaron y su voz se torció.

- No. Vamos a terminar de hacer las maletas y vamos a pasar el tiempo que nos queda juntas, pero no vas a rechazar una oportunidad así, yo no lo haría – confesó. Bárbara no quería oír lo que su cabeza repetía.

- Julieta yo pensé que no volverías, ¡pero ahora estas aquí! La única razón por la que dije que si fue porque no iba a soportar vivir con el recuerdo de ti en esta casa, porque iba a necesitar la distancia para superarte, ¡Pero ahora estas aquí! No hay motivo para marcharme – dijo con locura en su mirada, de pronto sentía que perdería la cordura. Julieta no terminaba de asombrarse con la mujer que tenía frente a ella y todo lo que había cambiado, definitivamente no era la única.

- Yo no sé si estando tu allá y yo acá esto va a funcionar, tampoco si se si va a funcionar estando las dos en el mismo lugar, pero sí sé que te voy a seguir amando aunque pase un año o dos o tres. Te vas a ir Reni – dijo sonriendo – y yo te voy a seguir amando de la misma forma en que lo hago – complemento para luego besarla, un beso que no tuvo limites, ni tiempo, ni espacio, mucho menos un fin, aquel beso las llevo a otro y ese a otro mucho más intenso. No tardaron en terminar en la cama, Julieta sobre Bárbara con sus inmensos ojos verdes contemplándola como si fuese la última vez que la viera, las maletas rápidamente en el suelo y la ropa a su alrededor no molestaron, ni siquiera se detuvieron, no había espacio para ello, había sido poco el tiempo desde la última vez que habían estado juntas, pero el tiempo era relativo cuando se trataba de ellas.

- Te amo – dijo Bárbara con una intensidad nueva, con deseo en sus palabras mientras las expresaba con sus manos, Julieta estaba sobre ella y no fue impedimento para ser ella quien se apoderara de su intimidad, el instante que vivieron fue más que un instante, sin embargo ambas sintieron que era poco y mientras Julieta enterraba sus uñas en la espalda de Bárbara, Bárbara perdía sus labios en sus senos, entregándose una vez más a aquello que llaman “amor”.

La hora que marcaba el reloj era desconocida para ambas, también lo era el tiempo que se mantuvieron danzando en éxtasis sobre aquella pequeña cama, la luz del sol comenzaba a despedirse tras la ventana y ninguna de las dos quería pronunciar palabra, Julieta miraba a Bárbara con sus inmensos ojos que cada vez se volvían más verdes, diciéndole en un susurro con ellos “te voy a extrañar”, en tanto Bárbara que entendía lo que sus ojos hablaban respondía en su oscura inmensidad con un “Pídeme que me quede”, pero Julieta no iba a tranzar y Bárbara lo sabía.


- Ven conmigo – dijo Bárbara en un susurro no solo con su voz, sino también con su alma, con la necesidad de que la mujer que amaba no la dejara. – Ven conmigo – repitió una vez más. Julieta abrió sus ojos de par en par y la respuesta divago en su cabeza.

NOTA: Me demore demasiado y pido perdón, cosas peores han pasado, pero si les dijera cuantas veces escribí este capítulo y lo borre no me creerían. Agradezco a quienes siempre comentan y comparten, si no fuera por sus comentarios hace mucho hubiese dejado de escribir. Prometo no tardarme con el próximo, ya está encaminado y adelanto que ya estoy trabajando en una historia nueva, a veces las cosas llegan sin buscarlas y hay que escribirlas antes de que se vayan.


Un saludo enorme. 
Constanza :)

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