Home Sweet Home 1

Home  Sweet  Home

La noche estaba casi estrellada en las alturas y como siempre las luces en la tierra siempre la maravillaban, era increíble como todo se veía tan pequeño, se sintió una niña admirando la imagen, como la primera vez que subió a un avión de noche. Pensó en la última vez que había viajado a casa, el pensarlo le daba cierto escalofrío en el cuerpo, sin embargo aquello también la emocionaba, por supuesto.


 Eglé Montana Eletmani, Eme como todo el mundo la conocía por las iniciales de su nombre completo, ella no era una chica normal, a sus veinticinco años estaba lejos de serlo, demasiado lejos para su gusto, habían ciertas veces como esa noche en que deseaba con todas sus fuerzas ser una chica normal, viajando para ver a sus padres en las fiestas solo un par de semanas y luego volver a su rutina, tal vez a un trabajo mediocre que le hacía feliz, pero aquellos solo eran deseos, Eme era una marca registrada y ahora dudaba si aquello era lo que quería para toda su vida.

Eglé proviene de una familia normal, o casi normal, su padre es Chileno, su madre española, había nacido en Estados Unidos pero vivió hasta los quince años en Chile, raro, Eglé tiene tres nacionalidades, pero aquella es una de sus muchas cualidades. El día en que su padre hizo el negocio de su vida volvieron a América del Norte, no fue fácil, Eglé tenía una vida, amigos, novio, sí novio. Sin embargo con el tiempo se fue adaptando a esta nueva ciudad, “Los Ángeles”, al principio le parecía una locura luego el clima no se veía tan mal, acostumbrada a las lluvias del sur de su país, el sol de California fue lo primero que la enamoro, aunque ahora con los años extrañase las lluvias fugaces de su ciudad, siempre lo hacía.

Un solo nombre había escogido su padre para ella “Eglé”, siempre habían dicho con su esposa que si era hombre ella iba a ser quien escogiera el nombre, pero si era mujer él lo haría, y había escogido el más bello, en la mitología griega Eglé era la más bella de las náyades, a quien el sol hizo madre de las Gracias, portadora de todas las virtudes universales, de ahí su significado, “Brillo del sol”. Desde el día en que nació Eglé trajo la luz a la vida de sus padres, bastaba con mirarla para que sintieran el esplendor de la vida sobre sus ojos.

Si había algo que su padre agradecía era la combinación perfecta de su única hija, desde pequeña había tenido su pelo rubio, aunque con los años se había oscurecido un poco, el tono de la miel se mantenía en ella, la nariz también la había heredado de él, pero los ojos, aquellos eran idénticos a los de su madre, enormes y de un tono miel tan claro que si pudiese llamárseles amarillos, todo el mundo lo haría, pero no, era algo casi mágico, no por nada su padre le había puesto “abejita” de sobrenombre o “bee” cuando quería variar. El tono de su piel no se quedaba atrás, no era blanca, ni mucho menos morena, su piel era de un tono parecido al de la azúcar cuando es calentada, cómo el más claro de los caramelos, casi entre su madre morena y su padre blanco, Eglé es perfecta de la cabeza a los pies.

Tanto extrañaba a sus padres que su corazón se apretaba un poco cuando pensaba en la idea de estar una vez más entre sus brazos, solían hablar por Skype, las video llamadas siempre las programaban a una hora, no importaba donde estuviese, si para ella era de noche, entonces para sus padres bastaba. La idea de ver a sus padres no era lo único que apretaba su pecho, también estaba ella, siempre estaba ella.

“Eme en treinta aterrizamos”, dijo Jane su asistente, sacándola de sus pensamientos, era ilógico pensar que la discográfica la iba a dejar pasar las fiestas sola con su familia, no, también aprovecharía para tener dos conciertos en Los Ángeles, una vez más se preguntaba porque había elegido esa vida, cierto, ella quería dejar una huella con su música y lo estaba logrando, después de su última gira internacional no le cabía duda alguna, no era solo que había agotado todas las entradas en cada uno de los países, o que en ciertas ciudades tuvieron que hacer conciertos extras, era más que eso, era la forma en que habían coreado sus canciones, la fuerza con las que sus fans gritaban sus letras, sin importar cual fuera su idioma, sin importar si se tratara de sus tantas canciones en inglés o sus pocas en español, aquello era lo que hacía que Eme siguiera cantando.  

Faltaban treinta minutos para aterrizar, al menos eso había dicho Jane unos segundos atrás, pero para Eglé aquello era una eternidad cuando lo único que quería era pisar tierra firme, subirse a un carro y sorprender a sus padres, si es que era posible, la última vez que había aterrizado el lugar estaba rodeado de fans y noticieros, Eglé rogaba para que esta vez las tácticas de la disquera funcionaran y ella llegara lo más encubierta posible, no había viajado de noche por nada.

No quedaba nada para aterrizar, desde la ventana podía reconocer ciertos lugares y una vez más se dedicó a imaginarla, podía verla sentada frente a ella como la última vez en que la vio, tres años habían pasado desde aquella fatídica noche. Se preguntó si su piel seguía del mismo tono moreno, casi como un latte macchiato, tal vez su pelo había cambiado una vez más, como tantas veces, la primera vez que se tinturo tenia diecisiete, un tono rojizo que entonaba perfecto con sus ojos verde oliva; la última vez que la vio su pelo se había vuelto castaño, mucho más normal, pero corto, tan corto que se podía ver perfecto su cuello largo. Si Eglé se ponía a pensar en ella podía pasar horas viendo su imagen como un fantasma, no importaba cuanto tiempo hubiese pasado, siempre todo la hacía volver a ella de una forma u otra.

“Eme, vamos a aterrizar,” dijo Jane sentándose a su lado “te recuerdo que tienes dos días libres y después llegara el equipo para comenzar a ensayar.”

“Que haría yo sin ti.” Eglé tomo la revista que estaba sobre su regazo y la ojeo como si estuviese interesada

“A veces me pregunto cómo me tratarías si no te agradara, sabes que solo hago mi trabajo.” Confesó Jane con molestia mientras el avión comenzaba a aterrizar.

“Sabes que no solo me agradas Jane, es solo que a veces desearía poder escapar de verdad, tener un tiempo para mi sola.”

“Siempre puedes pedir un año para ti, después de todo ya llevas cuatro años y tres álbumes a cuestas, lo que es mucho para la mayoría de tus compañeros en el mundo de la música.” Jane  hablo desde el corazón, no como su asistente, no como la persona a la que los productores le convencían de tener a Eme a la hora en todas partes, sino como su amiga, la única con la que la artista podía llorar, o reír de verdad si era el caso, pero por sobre todo una de las pocas en quien confiaba.

“La última vez que pedí un año para mí se rieron en mi cara.”

“Llevabas un año y medio de carrera Eme, por supuesto que no te iban a dejar, pero ahora podrías tomarte un año, escribir tranquila y comenzar el próximo a grabar, nadie tendrá que decirte nada, después de todas las ganancias que le has dejado, ellos deberían hacer lo que tú dices.” Jane termino de hablar y Eglé se sintió confiada, su asistente tenía razón en todo lo que había dicho, quedaban solo cuatro meses de gira des pues del nuevo año, no habían motivos para no tomarse un año después de eso, incluso las promociones ya las estaba dejando de lado y había estado en todos los programas posibles, de pronto vio una pequeña luz en su camino y aquello le hizo sonreír.

“Eglé Jane, dime Eglé.” dijo en agradecimiento, Jane sabía que nadie la llamaba por su nombre, solo su familia cuando llamaba, definitivamente eran amigas.

Dos días, aquel era el tiempo que tenía para estar con su familia sin molestias, sin interrupciones, podría andar descalza por la casa, quedarse en pijama todo un día y sonreír, pero no quería quedarse en casa, sí, ella quería estar con sus padres, pero también quería verla a ella, saber cómo estaba, saber qué se sentía llevar una vida normal, pero por sobre todo, quería saber si Peyton Andrea Evans seguía sintiendo por ella lo mismo que hace tres años atrás, incluso cuando pensarlo era una locura, si ella lo sentía, por qué no podía ser al revés.

Capítulo I: Hogar Dulce Hogar

Desde que Eglé Montana Eletmani había comenzado su carrera musical nunca pensó lo bien que se sentiría llegar a casa, incluso cuando estuviese llegando a las dos de la madrugada, mucho menos iba a pensar lo bien que se sentía que no hubiesen fotógrafos tratando de captar la peor versión de ella, o los fans que gritaban “¡EEEMEEE!” como si su vida dependiera de ello, y ella amaba a sus fans, de verdad lo hacía, pero a veces todo el griterío podía ser abrumador.

Cada vez que Eglé estaba cerca de Malibú podía sentir el aroma a mar, la cera de coco de las tablas de surf y la frescura del aire en su rostro, incluso cuando faltaban cuarenta minutos para estar en el lugar, no importaba si hubiese estado a tres horas de distancia, en un momento u otro iba a llegar y eso era lo único en lo que podía pensar.

“Tienes que pasar a dejarme a un hotel,” dijo Jane cuando la vio conduciendo como una loca, “recuerda que tienes que llegar viva a casa si quieres ver a tus padres.”

“Ningún hotel, te quedaras con nosotros mi casa es grande, pero con una condición,” dijo Eglé mirándola de reojo mientras que Jane le regalaba una mirada de pregunta, “Nada de trabajo por cuarenta y ocho horas.”

“Es un trato, pero siempre puedo quedarme en el hotel y molestarte desde ahí.”

“No me hagas arrepentirme de invitarte, por favor,” ambas sonrieron y Jane disfruto de la mirada de emoción en los ojos de Eglé, hacía meses que no la veía disfrutar con algo tan sencillo como manejar, eran tan pocas las veces en que podía hacerlo que las disfrutaba a concho.

El camino hasta su casa era maravilloso, las montañas, el aroma, el viento en su rostro, la calidez del ambiente, todo era perfecto para Eglé, tanto que no se dio cuenta cuando estaba cerca de su casa, si no fuese por la costumbre y su memoria autómata nunca hubiesen llegado hasta el lugar. Eglé supo que estaba ahí solo cuando el motor se detuvo, su sonrisa se elevó aún más si eso era posible, miro a su acompañante y alzo sus cejas tres veces, sentía la felicidad a flor de piel.

No tardo en bajarse del auto, el lugar entero estaba en silencio y se podían oír grillos a su alrededor, busco sus llaves para entrar, pero la idea de que a su padre le diera un ataque por verla en su pieza en plena noche le aterró, entonces simplemente golpeo, golpeo y golpeo, una y otra vez. Hasta que vió la luz encenderse desde la ventana, podía ver la cara de su padre ofuscada tras la puerta, pero ella no podía dejar de sonreír.

“¡Sorpresa!” grito cuando la puerta se abrió, el ceño fruncido de su padre se relajó de inmediato en cuanto vio su rostro, se abalanzo hasta ella y grito de alegría “¡Abejita, estás aquí!”, Eglé no recordaba la última vez que le habían abrazado tan fuerte, ni que había sentido tanto al tacto, ni siquiera se dio cuenta cuando las lágrimas comenzaron a caer.


“¡Marta! ¡La niña está en casa!” grito el hombre desesperado, aun abrazado a su hija desde la puerta, dos segundos más tarde, ciertos gritos imposibles de entender salían de la boca de su madre, que corría desquiciadamente a abrazar a su hija, Jane los vio afirmada en el auto, la imagen era perfecta.

El carraspeo en la garganta de cierta asistente hizo que el abrazo eterno se rompiera, llevaban más de cinco minutos abrazados y eso no podía ser normal, pero después de todo su jefa estaba lejos de serlo, porqué su familia iba  a ser lo opuesto.

“Jane, tanto tiempo sin verte,” dijo Marta dándole un abrazo a la menuda chica, “Un gusto recibirte en mi casa.”

“El gusto es mío Marta, si debes saberlo fue tu hija la que insistió para que me quedara.”

“Claro, si hablamos a diario por teléfono es lo mínimo que podemos hacer después de que me tengas al día.” Respondió la mujer rompiendo el abrazo

“Jane cariño, dame un abrazo,” grito Javier con emoción, aún seguía impresionado con tener a su hija en su casa, después de todo la muchacha se había disculpado por que no iba a estar del todo, “Me engañaron con eso de que no vendrían, ya decía yo que la voz sonaba extraña”

“No importa, igual te lo creíste, igual te sorprendí, tarea realizada.” dijo burlándose Eglé, mientras su papá entraba las maletas que estaban en el auto.

No tardaron en ponerse cómodos, Marta preparo su famoso té de canela mientras las muchachas cambiaron la ropa de viaje por pijamas, minutos más tarde los cuatro tomaban el té a las cuatro de la mañana en la sala de estar de la casa y el sentimiento que aquel simple acto le daba a Eglé no tenía comparación alguna, nada se comparaba a sentirse en casa.

*       

Dos horas había dormido Eglé cuando despertó, el sol se coló por la ventana a las seis y media en punto y de inmediato abrió sus ojos, tenía cuarenta y ocho horas para disfrutar de corrido sin hablar de trabajo, ya iba a tener tiempo de dormir, ahora solo quería disfrutar y sonreír.

La ducha fue rápida, ni siquiera en el agua quería perder tiempo, eso hasta que se dedicó a mirar su antiguo cuarto y en lo diferente que era a su departamento en Nueva York, su madre no había cambiado nada, ni siquiera los peluches que estaban ordenados al lado de la ventana, mucho menos las fotos que adornaban las paredes y cuando vio aquellas fotografías le fue imposible no perderse, si desde que había entrado a casa las había evitado, siempre que volvía lo hacía, pero era inevitable, todas tenían una constante, en todas estaba ella.

La última vez que su padre le había hablado de ella fue la primera vez en que le rogo que ya no quería saber nada más, si lo recordaba con exactitud habían pasado dos años del día en que recibió la noticia que a diario evitaba y como siempre su padre sin decirle nada lo entendía todo, basto con que le dijera “Ayer vi a Peyton” para que sintiera la sonrisa al otro lado de la línea, cuando Eglé pregunto cómo estaba, intentando no sonar entusiasta y como siempre fallando, su padre se tomó un tiempo para responder, un tiempo fatídico para ella “Resulta que tiene novia” dijo el hombre como si fuese lo más común del mundo. Y es que Peyton era valiente, Peyton había gritado a los diecisiete años que era igual que todo el mundo, pero con un gusto diferente, uno un poco más exquisito, no titubeo antes de salir del closet con sus padres, ni mucho menos con los padres de ella, entonces viendo la reacción hubiese sido normal que a su debido tiempo Eglé también lo hiciera, pero Eglé nunca estuvo lista, mucho menos ahora que su carrera había despegado, no importaba en que tiempos estuviesen, la simple idea le aterraba.

Perdida en sus pensamientos sintió el golpeteo en la puerta, termino de ponerse sus zapatos y su madre entro, no dijo nada, solo quería mirarla, había pasado tanto tiempo desde la última vez en que la tuvo así frente a ella, que un minuto para disfrutar de sus ojos claros y sus mejillas perfectas, no le hacía daño a nadie, mucho menos cuando Eglé disfruto de aquel minuto tanto como ella.

“¿Qué harás hoy?” preguntó la mujer con su voz más dulce quitando el mechón de cabello que caía sobre los ojos de su  hija.

“Tomar desayuno en familia y le diré a papá que vayamos a surfear”

Su madre sonrió, por supuesto su hija quería surfear, “¿Qué quieres para almorzar?” preguntó sabiendo la respuesta.

“Papás fritas con carne y huevo frito,” dijo igual que cuando era una niña y su madre intentaba consentirla

“¿Y la línea?”

“Ojala y se curve un poco, estoy un poco cansada del pasto y las verduras, ¿Sabes que los animales comen verduras? A veces no sé si soy conejo por tanta zanahoria o una vaca por la cantidad de verde que veo en mis platos.” Eglé hablo tan rápido que a su madre le costó unir todas las palabras, había olvidado como se comportaba su hija cuando estaba sin estrés sobre sus hombros.

Siguieron hablando por unos minutos hasta que el estómago de Eglé pidió de extraña forma que lo alimentaran, ambas rieron, había cosas que nunca iban a cambiar y Eglé seguía siendo la misma de siempre. 

“Entonces vamos a comernos unas olas.” dijo su padre tan emocionado como la noche anterior, era increíble como en sus cincuenta años seguía sintiéndose joven, pues lo era, su espíritu era tan joven que su cuerpo entero lo reflejaba, tal vez había sido el deporte que había hecho toda su vida o simplemente la felicidad que a diario sentía a penas abría sus ojos y hoy era un día para estar más feliz que nunca.

“Tú eres el que se las come, yo bailo con ellas.” Dijo Eglé disfrutando sus habilidades mientras hacía reír a sus padres, “¿Jane vienes con nosotros o tienes otros planes?”

“Sí claro, sabes que me encanta verte surfear y sufrir cuando te caes de una ola”

“Prometo que esta vez no me caeré… tanto.”

*       

Aquella se suponía iba a ser una mañana extraordinaria, pues hasta el momento lo era. Jane disfrutaba de la vista del lugar, mientras Javier se caía por enésima vez de la tabla y una vez más volvía a recostarse en ella para nadar hasta su hija a la espera de una nueva ola con una sonrisa de oreja a oreja en su rostro.

“Te dije que esa ola no.” Dijo Eglé riendo

“Si mal no lo recuerdo, fui yo quien te enseño a pararte en una ola.”

“Entonces la alumna supero al maestro claramente,” Eglé rió con el gesto que se apareció en el rostro de su padre y siguió mirando al horizonte hasta que creyó ver lo que había esperado, “¡Está es mía!” grito mientras nado con toda la fuerza de sus brazos.

Entrar en el momento justo era algo que siempre supo cómo hacer, pero cuando se puso de pie supo de inmediato que aquella ola iba a ser mágica, desde la forma en que la domino hasta la impotencia con que el mar la rodeo, mientras se perdía en el interior de un enorme tubo de agua, rozo con la yema de sus dedos la pared de mar que la rodeaba, siempre que lo hacía se sentía renovada, como si ahí hubiese dejado todo lo que la molestaba, todo lo negativo que había llevado a cuestas por tanto tiempo y como si el mundo hubiese continuado su curso, salió perfectamente del azul que la rodeaba, parando no muy lejos de la orilla, con una enorme sonrisa en su cara.

“¡Wow!” dijo Jane aplaudiendo cuando se acercó a ella “Increíble. Nunca te había visto surfear así.”

“No has visto ni la mitad,” dijo su padre cuando la alcanzo para darle un abrazo “Ya te digo Jane, si esta no era cantante, el surf siempre era una buena posibilidad.”

“A veces me pregunto si escogí mal, luego recuerdo que me encanta lo que hago y se me pasa,” dijo causando la risa de ambos, aunque no estaba muy lejos de la realidad, cuando todo se veía demasiado absorbente, ella deseaba tomar su tabla y simplemente dejarse llevar.

“¿Eglé?” la forma en que aquella voz pronuncio su nombre a su espalda la dejo inerte, no tenía que girarse a ver su rostro para saber de quien se trataba, pero aun así lo hizo, tan rápido que no tuvo tiempo de reaccionar cuando sintió un abrazo fuerte sobre ella, su aroma seguía intacto, era el mismo perfume que había usado desde aquel primero que ella le regalo, aquel aroma que podía derretirla a distancia siempre que estuviese sobre su cuerpo, “¿Qué haces aquí? ¿Cuándo llegaste? Dios, hace tanto tiempo que no te veía.”

Eglé rompió el abrazo y estudió la forma en que la había saludado, la fuerza de su abrazo y su tono de voz, como si hubiesen sido solo dos amigas que por circunstancias de la vida habían dejado de verse, como si la mujer frente a ella simplemente hubiese olvidado el pasado que tenían, si así era entonces ella también lo iba a olvidar.

Pero como olvidar algo que la había hecho llorar por tantas noches, algo que la había marcado como el hierro caliente en su desnuda piel, todavía la hacía llorar cuando las noches estaban demasiado vacías y su fantasma se paseaba frente a ella, no importaba donde estuviese, siempre terminaba apareciéndose. Entonces deseaba ser como esas personas simples, aquellas que aman una y otra vez, que incluso cuando encuentran el amor siguen buscando algo más, algo inexistente en otros cuerpos, pero no ella, ella no podía tener a nadie más, no importaba cuantas noches lo había intentado.

“Llegue hoy en la madrugada,” dijo intentando encontrar su voz, haciendo lo imposible por no detenerse mucho tiempo en sus ojos verdes o en su pelo que ahora lucía un perfecto degradé.

“Vino a pasar las fiestas,” dijo su padre interrumpiéndola, aunque más bien sería decir Rescatándola, “hola Peyton, siempre es un gusto ver tu adorable rostro”

“Hola señor M. sabe que el gusto siempre es mío,” Peyton respondió con una enorme sonrisa y Eglé se preguntó con cuanta frecuencia se veían, no sin antes rendirse ante la forma en que don pequeños hoyuelos se marcaban en sus mejillas al sonreír.

El pequeño instante de silencio que se creó cuando Eglé cayó en el embrujo que aquella sonrisa ejercía en ella, podía incomodar a cualquiera y aunque lo hubiese negado en un instante a Peyton siempre, siempre, siempre, la forma en que Eglé la miraba podía transportarla a un universo donde no existía nadie más en el mundo, tal como ahora.

“Deberías pasarte por casa esta tarde, Marta va a preparar su almuerzo preferido,” dijo Javier sacándolas del encanto en que habían permanecido.

“Si, por supuesto,” dijo Eglé reaccionando, viendo a Jane sin comprender quien estaba en frente y recordando que tenía modales “Jane disculpa, Peyton ella es Jane mi asistente y amiga.”

“Mucho gusto,” dijo Peyton tomando de su mano, mientras Jane devolvía el gesto, nunca en su vida había visto a la mujer frente a ella, pero podía imaginar de quien se trataba, la única vez que había visto a Eglé poner esa cara, había sido cuando estuvo frente a Angelina Jolie en una entrega de premios, nadie podía resistirse a Angie.

“Tal vez podríamos hablar,” dijo Peyton devolviendo la mirada a Eglé, “¡Dios! hace tanto que no te veía”

“Pasa a la casa, ya sabes a que hora se sirve el almuerzo, después de eso tienes mi tiempo,” respondió Eglé más con el corazón que con la cabeza.

“Me parece, ahora será mejor que me vaya, los chicos ya deben estar histéricos”

“¿Chicos?” preguntó Eglé intrigada, definitivamente no sabía nada de ella.

“Digamos que deje las clases de los salones y preferí dar clases de surf a niños y no tan niños,” respondió con entusiasmo Peyton, ella definitivamente amaba o que hacía. “Nos vemos en unas horas,” dijo despidiéndose de todos, mientras rozaba de forma descuidada su mano izquierda con la mano derecha de Eglé a su paso, dejando a la rubia con una especie de corriente recorriendo su brazo.

Cuando por fin reaccionó, Eglé se preguntó si realmente la había vuelto a ver, o solo había sido un simple sueño, pero era tal su ausencia que su padre tomo de su mano y la arrastro por la playa, ya no iban a volver a surfear, ni nada por el estilo, su padre sabía muy bien el efecto que aquella mujer de ojos verdes tenía sobre su hija, siempre lo había sabido.

*       

La silla de columpio que estaba en el porche de su casa tenía una cita obligatoria con ella, podía pasar horas sentada en aquel lugar con sus piernas a lo indio y una sonrisa en sus labios y a diferencia de la última vez que lo había hecho, ahora no había un chillido resonando, su padre siempre decía que la iba a arreglar, por fin lo había hecho.

Eglé mantenía sus ojos cerrados mientras oía las risas de sus padres y de Jane mientras cocinaban, si había algo que Eglé no hacía era acercarse a la cocina de su madre, cada vez que lo hacia un plato nuevo resultaba quebrado, y su madre con los años se había cansado de renovar la vajilla cada vez que la muchacha venía de visita.

“Se me había olvidado lo bien que te ves en silencio,” dijo Peyton sacándola de su trance, la que una vez había sido su mejor amiga estaba afirmada del soporte al final de la escalera, mostrando su hermosa dentadura en una enorme sonrisa, “hola.” Dijo mientras se acercaba a Eglé.

“Hola,” respondió Eglé con su mirada más clara que nunca, Peyton se preguntó por un instante si había mirado en su vida a alguien más de esa forma, por un momento estuvo a punto de hacerlo, no importaba cuanto tiempo había pasado, algo en ella le hacía querer saber, “Así que clases de surf,” dijo Eglé buscando las palabras para generar una conversación.

“No te sorprendas, siempre he sido mejor que tú para eso.” Peyton sabía que aquello no era cierto, la rubia siempre había dominado las olas de una manera impecable y ella siempre la había admirado por eso.

“Puede ser,” respondió Eglé dándole la razón, siempre lo hacía. Peyton extrañaba tantas cosas de ella, pero eso siempre era importante, la mujer a su lado nunca discutía sus palabras, tanto que en ocasiones era molesto, solo en ocasiones, “Nunca me llamaste.” Eglé dejó que las palabras salieran de su boca mucho antes de lo que quería, hubiese preferido mantener las sonrisas por mucho más tiempo, pero ahora solo había miradas ausentes entre ellas.

“Pensé que tardarías un poco más en reprochármelo,” murmuró Peyton mientras perdía su mirada en el otro extremo de la casa.

“Sabes que si hay alguien que debería reprochar algo aquí, eres tú, de todas formas, hubiese estado bien que devolvieras alguna de mis llamadas,” no importaba cuanto le desfavoreciera la situación, Eglé siempre terminaba dándole algo de razón a la morena a su lado.

“Si te llame una vez, no contestaste tú, me dijeron que estabas en una cita con el chico de moda en el mundo de la música, perdóname si no quise volver a llamar,” se suponía que las palabras debían sonar en forma de reproche, sin embargo habían terminado sonando como una sincera disculpa.

Eglé la miró directo a los ojos buscando las palabras para hablarle, terminando perdiéndose en su mirada profunda, en su bosque inmenso que parecía de nunca acabar y como siempre sintió la brisa que le regalaba en su mirada, no recordaba que le iba a decir, mucho menos lo recordó después de que impulsivamente sintiera sus húmedos labios sobre ella, sus ojos se abrieron enormemente ante la sorpresa, solo dos veces había probado su boca y ahora podía decir que lo había hecho una tercera y por la forma en que sus labios se paseaban por los de ella, aquel beso se estaba volviendo el primero, hasta que sin aviso, tal como la habían besado, lo habían dejado de hacer.

Peyton llevo sus dedos a su boca y no podía creer lo que acababa de hacer, sin embargo había querido hacerlo desde el abrazo en la playa, desde que la vio de pies a cabeza con su traje de surf pegado a su piel, como antes, como siempre.

Peyton sacudió su cabeza, aquello no podía pasar, no ahora, no después de tanto tiempo, sin embargo para Eglé era la confirmación de algo que se había preguntado por años, aquello que sentía tan fuerte, siempre había sido mutuo y siempre lo iba a ser, no importaba lo que pasara entre ambas.

El silencio que las rodeo como siempre no las incomodo, aunque Eglé quería gritarle cuanto la había extrañado y Peyton solo quería pedir disculpas por algo que no debía haber hecho, la voz del padre de Eglé rompió el momento y ambas miraron al mismo tiempo hacia la puerta, ninguna supo cuánto había visto el hombre, pero de todas formas a ninguna le importo demasiado.

“A lavarse las manos y a la mesa niñas,” dijo el hombre como si el tiempo no hubiese pasado, sonriéndoles ante sus palabras como lo hacía cuando eran unas adolescentes desordenadas jugando en el porche de su casa. “Extrañaba tanto decir eso,” murmuró mientras entraba a la casa, sonriendo como un niño cuando hace una travesura.

Eglé miró una vez más a Peyton y esta vez odió conocerla tan bien, odió que no importaba el tiempo que pasara la ahora mujer hacia los mismos gestos con su cara que cuando era una adolescente. De la misma forma en que Peyton lamento que la rubia lo hubiese comprendido.

“No te preocupes Peyton, ya está olvidado,” Eglé habló con firmeza mientras se ponía de pie sin darle tiempo a responder, cinco segundos después, Peyton seguía sus pasos al interior de su casa.

La comida en un principio fue casi en silencio, pero Javier no tardo en recordar las anécdotas de ambas muchachas a su lado, jane no paraba de reír con las ocurrencias de su jefa y su amiga, mientras Marta no paraba de decirle a sus esposo que dejara de avergonzar a las muchachas, pero Eglé estaba tan ausente en la conversación que ni siquiera le importo, mucho menos escucho cuando su padre la llamo por su nombre.

“¿Dónde andas abejorro?” dijo su padre chasqueando sus dedos frente a su rostro.

“¿eh?” Eglé regreso a la realidad y sacudió su cabeza mientras miró a su asistente “Jane, crees que puedas organizar unas horas con un estudio que hay aquí cerca para mañana por la noche,” la petición tomo por sorpresa a Jane, que de pronto había olvidado que era su asistente, pero al parecer Eglé olvido primero que no hablarían de trabajo por dos días.

“Sí, claro, ¿quieres que lo haga ahora?” preguntó Jane a punto de ponerse de pie.

“No tranquila, si solo tengo una idea y después se me va al olvidar, no te preocupes.”

El silencio que vino después de aquellas palabras se hizo casi incomodo, pero fue marta quien se encargaba de romper el hielo, tal vez de la peor forma posible.

“Peyton y cómo va la organización de la boda,” marta termino de hablar y Eglé de pronto le dio toda su atención a Peyton, miró a su padre por un instante que parecía tener cierta culpa en su rostro y una vez más volvió a Peyton, esperando oír la chistosa broma que acababa de lanzar su madre, porque aquello solo podía ser una broma y una de muy mal gusto.

“Va todo bien,” dijo la mujer evitando mirarla a los ojos, mientras Eglé cada vez la miraba con más determinación

“¿Y Christie cómo está? Nerviosa me imagino, queda tan poco.” Marta no dejaba de hablar y Peyton hubiese preferido tener aquella conversación de otra forma, sin embargo Eglé ya no quiso escuchar más, antes de que nadie pudiese hablarle se puso de pie y salió de la casa, fue entonces que su madre comprendió que no sabía nada, tal vez la mirada de su marido se lo había confirmado.

Peyton se excusó de inmediato y siguió los pasos de Eglé, no entendía como podía caminar tan rápido, pero mientras más intentaba alcanzarla, la rubia más se alejaba, incontables veces gritó su nombre, pero Eglé solo la ignoro, Peyton había olvidado lo difícil que podía ser hablar con ella cuando se enojaba, pero por sobre todo había olvidado lo fuerte que le dolía el pecho cuando ella era la causante de su enojo.

“¿Christie Mcallister?” preguntó Eglé dejando de arrancar, mientras se giraba en sus pasos para quedar de frente a ella.

“Eglé podemos hablar bien, por favor,” suplicó Peyton, sin embargo aquel era el sí que Eglé no quería oír, por años supo que Christie estaba tras ella, por años le pidió que se alejara de su altanero trasero, sin embargo Peyton siempre recalco que era solo una amiga, pero lo peor de todo era que ella no era nadie para reclamar nada.

“Me alegro que seas feliz Peyton, me hubiese gustado que me contaras el pequeño detalle que te casarías antes de besarme, pero después de todo aquel beso nunca ocurrió,” Eglé no espero una respuesta de Peyton, solo camino en sentido contrario, no quería estar cerca de ella, no quería que la viera llorar y supiera que a diferencia de ella sus sentimientos estaban intactos, esa era una de las cosas que más le dolían, por una hora se había dejado llevar, había tenido la esperanza de que el sentimiento era mutuo, ahora estaba segura de que no y aquello le partía el alma.

“Eglé espera,” dijo Peyton tomando su brazo, pero la forma en que la rubia se había desasido de su tacto la había dejado como una estatua frente a ella.

“Estoy bien Peyton, no te preocupes por mí, esto es solo el shock por la noticia,” dijo desmereciendo lo que estaba sintiendo, “después de todo ha pasado mucho tiempo para seguir sintiendo como cuando éramos niñas, ya no lo somos,” Eglé no supo si se había daño a ella misma con las palabras o a Peyton por la mirada que tenía en su rostro, pero después de todo, ya nada importaba

“Tienes razón, a veces soy un poco ingenua,” regañó entre dientes Peyton, sabía que las palabras no debían doler así, conocía lo hiriente que podía llegar a ser su ex mejor amiga, después de todo era ella quien se iba a casar con el amor de su vida, sin embargo la mirada aguada de la mujer frente a ella le dolía mucho más que la idea de no casarse, de hecho aquella idea daba vueltas como un fantasma desde que había vuelto a ver a la rubia en la playa.


Eglé sintió como lentamente las lágrimas querían soltarse de sus ojos y no quería, no permitiría que la viera llorar, no cuando sentía la rabia  a flor de piel y con decisión volvió a girarse en sus pasos y camino lejos de ella, lo más lejos que pudo, lo más lejos que pensó, sin embargo nunca se puede estar suficientemente lejos, cuando sintió el aroma de su perfume se giró en sus pasos y sin pedir permiso una vez más, con su rostro envuelto en lágrimas Peyton la beso, la besó con tal fuerza que quito toda rabia que existiese en la superficie y en el interior, entonces Eglé lo supo, no había sido la noche anterior que había llegado a casa, ahora lo estaba. Peyton siempre iba a ser su hogar.

Nota: Historia nueva, por favor no pidan que cambie la forma de escribir, porque me gusta hacerlo así y por favor, comente. comparta. y disfrute :)

(Feliz Cumpleaños Carol. Otra vez)

Comentarios

Entradas populares de este blog

De vuelta

Anabrielle 3

Anabrielle 1